domingo, 29 de marzo de 2015

FAHRENHEIT 451: EL CREDO DE FUEGO DE RAY BRADBURY

     Es evidente que esta novela es el primer tratado de ciencia ficción de nuestro autor, desde un prisma distópico. La publicación de Fahrenheit 451 (1953) es el contrapunto a una vertiginosa creación literaria dentro del mundo de la fantasía, que a partir de esta nota distópica dará lugar a nuevos leitmotivs encaminados a crear un género nuevo y de su propio cuño que bien podría denominarse «ciencia ficción fantástica». El propio Bradbury, al poco de publicar la novela manifestó su declaración de intenciones: «Creo que la ciencia ficción y la fantasía ofrecen los más vívidos y actuales enfoques a muchos de los problemas de nuestro tiempo, y por eso siempre espero escribir siguiendo esta fórmula vívida y vigorosa, diciendo lo que pienso sobre la filosofía y la sociología en nuestro futuro más inmediato».
     
Con semejante afirmación, Bradbury confirma esta novela como su verdadera prueba de fuego como novelista, o dicho de otro modo, su credo de fuego como escritor, si reparamos en la fuerte carga de preocupación social reflejada en el mensaje central de la misma. Bradbury no escoge un asunto ni una forma de escribir pensando únicamente en divertir o entretener al lector. Él opta por motivar al lector con un asunto trascendental en nuestra sociedad y nuestras vidas: la importancia de la lectura. Bradbury, por consiguiente, no está interesado en escribir ciencia ficción fantástica simplemente por el hecho de que ésta pueda dar rienda suelta a nuestra imaginación con la invención de acontecimientos futuros aún desconocidos para todos nosotros y de consecuencias impredecibles y/o nefastas. Fantasía o ciencia ficción, de acuerdo, pero lo que aquí importa es el propósito, no el género. El propósito, la intención es la crítica social. Y lo que Bradbury, de este modo, pretende es exponer una crítica social que puede hacer estremecer nuestras almas y golpearnos la cabeza tan fuerte como si fuésemos sacudidos por un martillo en llamas. 
     Fahrenheit 451 no ofrece una ácida crónica del futuro, sino del presente. Y este es precisamente el sentido y el significado crucial del discurso de Beatty en la novela. El capitán explica cómo su sociedad perfecta ha ido evolucionando hasta su estado presente; pero en dicho proceso él muestra las semillas de ese futuro claramente en nuestro presente, no sólo en el del pasado siglo, sino en el nuestro, en el del siglo XXI. Nos encontramos en un punto de no retorno, donde, como bien apunta Beatty, «el futuro ha ya sido establecido», y la sociedad ha renunciado a la cultura. El ser humano, en esta sociedad distópica, no llega a ser del todo «humano». 
     Bradbury escribe Faherenheit 451 con la visión de un profeta que la utiliza como el mejor vehículo para advertirnos de que una sociedad que sólo ansía la felicidad a cualquier precio puede acabarse convirtiendo en una sociedad violenta y llena de amargura. Bradbury ofrece una interpretación de nuestro mundo y de nuestro tiempo muy precisa. Es un asunto tan serio como para preguntarnos si nos hemos convertido en una generación de protesta fácil, pero acrítica,  o lo que es lo mismo, en una civilización de autómatas. Con todo, esta fantasía sobre el futuro también revela en las últimas páginas la esperanza y la fe del autor en la especie humana, cuando Montag, el «inquisidor» mayor de  la obra, acaba abrazando la cultura, el arte y la literatura, todo aquello que durante toda su vida ha venido exterminando. Su cita directa del Libro de las Revelaciones muestra una visión cíclica de la historia de la humanidad: «Al otro lado del río se erguía el árbol de la vida con doce tipos de frutos, y daba sus frutos todos los meses. Y las hojas del árbol eran la salud de las naciones».  Explicando que las páginas más siniestras y oscuras de nuestra historia, como las barbaries cometidas en nuestros días por quienes en nombre de Dios o de un ideal destruyen joyas culturales y arrasan vidas humanas, sólo son oleadas que van y vienen, y aunque a su paso van dejando ruina y desolación, el ser humano acabará superando el horror y la muerte para dar finalmente su fruto, mostrando así su gloria. Ray Bradbury se niega, decididamente, a aceptar el final del hombre, un ser que, como el mítico Fénix, resurgirá para siempre de sus propias cenizas. 
Traducción: «Y recuerda, que todos los libros han sido creados iguales... Pero algunos libros son más iguales que otros».  Adaptación libre de la célebre frase de Rebelión en la granja, de George Orwell: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros». En definitiva, dos sátiras distópicas de nuestro tiempo: la de Bradbury, del individuo; la de Orwell, política.