sábado, 21 de noviembre de 2015

LAS CRÓNICAS MARCIANAS: LA COLONIZACIÓN DE MARTE

     Desde «El verano del cohete» hasta «El picnic de un millón de años», estos relatos bradburianos sobre  la colonización de Marte son un sofisticado y armónico engranaje de pasados y futuros. El título, publicado en 1950, suele ser erróneamente incluido en el género de ciencia ficción, cuando en realidad nada tiene que ver con el género, pues nos encontramos con un clarísimo exponente de literatura fantástica, tal y como el propio Ray Bradbury declarase, hasta la saciedad, en numerosas entrevistas para desmarcar esta y otras obras suyas de su novela Fahrenheit 451: «La única novela que he escrito de ciencia ficción es Fahrenheit 451».       

   Prueba de esta pertenencia a la literatura fantástica es el hecho de que todos estos relatos  están bañados de una profunda nostalgia, de oscuros porches donde las tintineantes jarras de fresca limonada ponen el sabor, el aroma y hasta el sonido ambiental, de los viejos relojes de los abuelos, y de niños correteando por los verdes prados de un hermoso pasado en la Tierra. Echar de menos todas esas deleitosas vivencias del pasado representa un tremendo peligro para los humanos ya instalados en el Planeta Rojo; pero también para los marcianos de dorados ojos. En  el futuro 1999 -para nosotros ya un pasado- una expedición tras otra de humanos va abandonando la Tierra para adentrarse en Marte, planeta que empieza a ser colonizado con parecida voracidad a la del Nuevo Mundo tras el descubrimiento de América, aunque con un enfoque más próximo a la conquista del lejano oeste norteamericano, con los innumerables conflictos entre los nativos y los nuevos colonos. 
     Los marcianos saben preservar y mantener en secreto todos sus misterios y herencia, pero no saben ni pueden defenderse de las enfermedades humanas que, transportadas a Marte por nosotros en cohetes, acaban diezmándolos hasta casi la extinción. Los colonos aparecen con nuevas ideas, costumbres y, sobre todo, tratando de implantar desde el principio los grandes males de nuestra civilización: el consumismo desbocado, el capitalismo como religión global, y una guerra, de carácter global,  que ha dejado la Tierra al borde de la destrucción total. No nos extraña, por tanto, ver en Marte puestos de perritos calientes, como metáfora de nuestra concepción de la felicidad, y de erradicación de la civilización aborigen, es decir, de toda la cultura marciana, como ampliación de nuestra ciega visión de la realidad que nos rodea. 
     En la mayoría de estos relatos, Bradbury parece sostener un gigantesco espejo donde se refleja un vergonzoso tratamiento de «El otro», tanto del aniquilado nativo marciano, como del aislado terrestre, ambos reflejados en un espejo de desolación y aislamiento. Aunque, como suele ocurrir en la mayoría de relatos de Bradbury, en Las crónicas marcianas también concluye dejando cierto lugar para la esperanza, para una hipotética renovación de la especie humana, cuando una familia de colonos humanos escapa de la muerte de la Tierra en busca de un nuevo futuro en Marte, quizá con un mayor respeto por los escasos marcianos que allí puedan estar esperándoles. Las crónicas marcianas es, sin ningún género de duda, una dura sátira del espíritu colonizador e imperialista de nuestra raza, de nuestra especie. Bradbury no critica ningún modelo ni sistema político ni tampoco la conquista o colonización del «Nuevo Mundo» marciano, simplemente explora con sus relatos las entrañas y los entresijos de un ser, el nuestro, llamado «humano», pero que es, en cambio, capaz de actuar con «El otro» del modo más cruento, despiadado, egoísta e «inhumano».