La quema del libro: ¿la destrucción de la imaginación y/o la aniquilación del individuo?
En ese futuro distópico los bomberos no se dedican a apagar fuegos, sino a quemar libros. Ray Bradbury era tremendamente original incluso para dar título a sus escritos. Como solía hacer con casi todas sus obras, siempre dejaba el título para el final. En esta ocasión, unos meses antes de publicar la novela se le ocurrió llamar a la Estación de bomberos de Los Ángeles (California), donde vivía, para preguntarles: "¿Alquien, por favor, podría decirme a qué temperatura arde el papel?". Lo curioso es que la persona que le atendió, un bombero, no sabía la respuesta y le hizo esperar casi un cuarto de hora al teléfono hasta que, por fin, alguien allí supo dar con la respuesta exacta: "451 grados Fahrenheit", que son 233 grados Celsius. Es decir, a esa temperatura el papel entra en combustión, arde, y qué mejor título que éste para una novela donde lo que importa no es realmente el "fuego", sino la "elevada temperatura" que lo origina, es decir, el gatillo que dispara el arma, porque, en definitiva, la bala obedece al impulso de un dedo, lo mismo que el fuego al dedo o la mano que enciende la cerilla, el mechero o el botón de la infernal manguera...
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