domingo, 31 de agosto de 2014

(29 de agosto de 2014)


RECUERDO (Ray Bradbury, poesía completa, Madrid, Cátedra, 2013).
Aquí es donde veníamos, pensé,
de aquí para allá, por los prados hará cuarenta años ya.
Yo había vuelto y paseé por las calles y vi la casa en la que nací,

crecí y viví mis días sin fin.
Ahora, siendo cortos los días, simplemente había venido
a contemplar y mirar detenidamente
la visión de esa infinita maraña de tardes.
Pero ante todo, deseaba encontrar los lugares por donde yo

[corría como los perros, delante o detrás de los niños,
las rutas anotadas por los indios o por los hermanos raudos
[y juiciosos yo, un tipo de pelo encanecido, pero, sobre todo, de
imitando a una tribu. Llegué al barranco. Descendí por el sendero,
[pensamientos graciosos,
y encontré el lugar vacío.
¡Imbéciles! Pensé. ¡Oh!, chicos de esta nueva época, ¿Cómo no sabéis que el Abismo aquí nos espera?
Los barrancos son especialmente hermosos y de un bello

[verdor,
misteriosos y bullentes de monos y bestias,
de criminales abejas que roban a las flores para dar a los árboles. Aquí reverberan las cavernas y los riachuelos que hay que

[vadear después del saqueo: un bicho de agua, un cangrejo, una piedra preciosa
o una bota de goma perdida, [179]
es un tesoro natural, ¿y por qué este lugar está en silencio? ¿Qué ha pasado con nuestros chicos que ya no se apresuran para quedarse a contemplar la artesanía de Cristo:
su sangre brillante y sangrada en los jarabes de los bellos

[árboles heridos? ¿Por qué sólo hay serpenteos de abejas y mirlos y arqueada [hierba?
No importa. Camina. Camina, mira, dulce memoria.
Di con un roble al que yo a los doce años una vez
había trepado y desde el que grité a Skip para que me bajara. Estaba a mil millas de la tierra. Cerré los ojos y chillé.
Mi hermano, muy dado al jolgorio, dio grandes risotadas y subió a rescatarme.
«¿Qué hacías ahí?», dijo.
No respondí. Casi me baja muerto.
Pero allí estaba yo para colocar una nota en un nido de ardilla en el que había escrito un viejo asunto secreto ya muy

[olvidado. Ahora en el verde barranco de años intermedios me quedé bajo ese árbol. «¿Por qué? ¿Por qué? —pensé—, ¡Dios mío!»,
No es tan alto. ¿Por qué chillé?
No serán más de cinco metros. Voy a subir sin problemas. Y lo hice.
Y me acurruqué como un solitario mono envejecido,

[agradeciendo a Dios que nadie viera a este antiguo hombre haciendo el ridículo
agarrado grotescamente al tronco.
Pero luego, ¡Ay Dios!, ¡Qué sorpresa!
El agujero de la ardilla y el perdido nido allí estaban.

Me tendí un rato, pensando.
Me empapé de todas las hojas, las nubes y los climas, transcurriendo tan mecánicamente
como los días.
[181]
«¿Qué?, ¿qué?, ¿que si? —Pensé—. Pero no. ¡Algo más de [cuarenta años!
¿La nota que puse? Seguro que ya ha sido robada.
Un chico o una lechuza la habrá birlado, leído y hecho trizas. Se habrá esparcido por el lago como el polen, hoja de castaño o el tufo del diente de león que surca los vientos del tiempo... No. No».
Metí la mano en el nido. Ahondé bien los dedos.
Nada. Y nada de nada. Pero al ahondar más
allí estaba:
la nota.
Como alas de polilla nítidamente empolvadas, bien plegada había sobrevivido. Las lluvias no la tocaron, la luz del sol

[no decoloró su contenido. Ocupaba mi palma. Conocía su forma:
Papel rayado de un viejo libro de garabatos de Jefe indio Sioux. ¿Qué?, ¿qué?, ¡Oh!, ¿qué había puesto yo en palabras allí hacía tantos años?
La abrí. Ahora mismo tenía que saberlo.

La abrí y lloré. Me pegué al árbol
y dejé las lágrimas caer y rodar por mi barbilla. Querido muchacho, extraño niño, que debe haber

[conocido los años y contemplado el tiempo y olido la dulce muerte en las
[flores.
En el lejano cementerio.
Era un mensaje al futuro, a mí mismo.
Sabiendo que un día debo llegar, venir, buscar, regresar. Desde el joven al viejo. Desde el yo que era pequeño
y fresco hasta el yo que era grande y nunca más nuevo. ¿Qué decía que me hizo llorar?

Me acuerdo de ti. Me acuerdo de ti. 

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